A los 8 años, gracias al proyecto
solidario “Vacaciones en Paz”, Afaf viajó junto con miles de niños saharauis a
Europa, donde pasaría el verano con una familia occidental. La niña estaba
entusiasmada con conocer ese continente porque había oído a los niños mayores
que ella (que ya habían disfrutado del verano fuera de lo campamentos de
refugiados) hablar sobre los aviones, la piscina, los muchos caramelos que
comían, los helados y otras muchas palabras que para ella aún eran
desconocidas.
Aún recuerdo el día en el que la niña
tuvo que marcharse, me acuerdo de que sus tías la ducharon bien, le pusieron su
mejor vestido y le hicieron un moño elegante; todo con el objetivo de que la
chica impresionara a su nueva familia adoptiva, para darles buena imagen. Y
vaya que lo hizo, todavía recuerdo las palabras de los occidentales cuando la
vieron bajar del avión “qué guapa es esta chiquilla”, “parece una princesita”,
“qué mona es”. Sus tías lo hicieron bien, buen trabajo. Pero eso no viene a
cuento, a ella lo que todavía la emociona es recordar las lágrimas que derramó
su abuela en el aeropuerto de Tinduf, cuando los argelinos cerraron las verjas
del aeropuerto y los niños se quedaron aislados de sus familias esperando subir
al avión. Afaf metió la mano entre los barrotes y agarró la de su abuela; la
niña ya no se quería ir, empezó a asustarse y comenzó a llorar también. Su
abuela, que es una mujer valiente y luchadora (sinceramente, jamás he visto a
nadie igual, es una persona admirable), la empezó a tranquilizar y a besar la
mano. Qué duro es despedirse de los seres queridos, ¿verdad? Pues es más duro
todavía cuando uno es un niño, un crío.
Después de bajarse del avión, a Afaf
todo le pareció increíble: los asientos, los cinturones de seguridad (que no
sabía ni que existían), las luces de las calles, las aceras, los pisos, los
ascensores, las escaleras (que por cierto, no sabía bajarlas y le parecía muy
divertido aprender a hacerlo), la comida,el baño, el váter,las duchas, la
televisión en color y con mando a distancia, la piscina y sobretodo, ¡el mar!
“¿así de grande será el mar de mi Sáhara?”- se preguntaba la niña. “Ojalá mi
abuela estuviera aquí”- pensaba. Y una de las cosas que más le sorprendió a la
niña eran los grifos ¡qué divertido era tener todo el agua que ella deseara!
Sólo tenía que abrir y cerrar. Nada tenía que ver con su vida de refugiada. En
los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, Afaf tenía que ir con su familia
a una zona determinada a llenar los baldes de agua, para que pudieran beber,
cocinar y asearse. Era un trabajo muy duro y cansino; por eso, su abuelo
construyó un pozo cerca de la jaima (tienda de campaña), para ahorrarse a él y
a su familia la tarea de desplazarse tan lejos en busca de agua. Además, en la
casa de los occidentales había lavadoras y Afaf ya no tenía que lavar su ropa a
mano ¡cuánta comodidad de repente! No se lo podía creer. Es más, la sed o el
calor ya no le preocupaban: cada vez que tenía sed se llenaba un vaso de agua
fría (lo podía hacer las veces que ella quería porque el agua nunca se acababa
“¡qué maravilla!”-pensaba) y como iba todos los días a la playa o a la piscina
nunca tenía calor. De todas formas, para ella las temperaturas en Alicante no
eran altas, ella estaba acostumbrada a los 55ºC bajo la sombra, 30ºC no eran
nada comparados con el clima en los campamentos de refugiados. Podría contar
infinidad de experiencias y sensaciones pero no quiero aburrir a los lectores,
que creo bastante tienen ya con haber llegado hasta aquí. Sólo añadir antes de
acabar con este párrafo, que agradezco a todas aquellas familias que acogen o
que han acogido a niños saharauis en verano, les cambian la vida de una forma
impresionante. Y yo desde aquí, agradezco de todo corazón la acogida y el
cariño que recibí de mi familia de Alicante. Gracias, en nombre de todos los
niños saharauis.
Cuando acabó el verano, Afaf fue una
excepción y en vez de volver a los campamentos de refugiados como los demás niños,
se quedó a vivir con sus padres biológicos en un pueblo de Burgos. Ahí fue
cuando verdaderamente la vida de esta ex-refugiada empezó a cambiar. Tuvo
que adaptarse a un estilo de vida totalmente diferente al suyo: colegio nuevo,
amigos nuevos, idioma y letras nuevos, profesores nuevos…Nada era igual. Afaf
recuerda que una de las cosas que más le desconcertaba era que sus compañeros
de clase le preguntaran de donde era y ella responderles: “del Sáhara
Occidental” y a continuación cuando le decían que les contara cómo era su país,
ella les respondía:” no lo sé, nunca he estado” y los niños añadir: “¿entonces
dónde has estado?” Y ella a continuación: “en campos de refugiados, en
Argelia”. Los niños: “¿Pero tú no decías que eras del Sáhara?” Y la niña: “Sí,
pero Marruecos ocupó mi país”. Los niños: “¿Por qué?” “ No lo sé” –respondía
Afaf con los hombros encogidos.
Realmente la niña no comprendía porqué
su país estaba ocupado, porqué no conocía a la mitad de su familia, porqué
había nacido en un campo de refugiados y no en el Sáhara, que era lo normal y
lógico. Afaf no entendía porqué no era igual que sus amigos occidentales,
ninguno de ellos había nacido refugiado, ni separado de su familia ¡y todos
desconocían el estilo de vida que ella había tenido! A la niña todo le parecía
muy complicado, no entendía porqué había tantas diferencias entre ella y sus
nuevos amigos.
Pasaron tres años y Afaf tomó un nuevo
rumbo, iba a cambiar de casa, de amigos y de lugar. Tenía miedo y estaba algo
nerviosa, porque no sabía como iba a ser su acogida en este nuevo sitio, pero
se consolaba pensando que ya lo había hecho otras veces, que sus antepasados
habían sido nómadas y que el nuevo sitio no podía ser tan horrible. Lo que Afaf
no sabía es que en su nuevo hogar, Euskal Herria,se iba a sentir tan
identificada, comprendida y apoyada que se convertiría en su segundo Sáhara,
tanto, que incluso cuando viajaba a los campamentos de refugiados lo echaba de
menos, añoraba esa tierra y a su gente. Pero esa es otra historia ¿no creéis?. CONTINUARÁ.
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