miércoles, 17 de julio de 2013

Memorias de una niña refugiada. Primera parte

El verano. Para muchos es una de las épocas más esperadas del año porque, entre innumerables razones, casi todo el mundo está de vacaciones y el calor se puede aliviar yendo a la playa o a la piscina. Pero ¿qué pasaría si en vez de 30º tuvierais que soportar temperaturas de más de 50º, prácticamente sin agua y en un campo de refugiados? ¿Acaso desearíais que llegara el verano? No me digáis la respuesta, me la imagino.

Os voy a relatar, queridos lectores, dos pasajes de la infancia de Afaf que desde mi punto de vista, demuestran lo difícil que es pasar el verano en los campamentos de refugiados saharauis:

Sería el verano de 1998 y en el campamento de Dajla empezaba a faltar el agua. Los saharauis comenzaron a cuidar más de lo normal de la poca que quedaba y los niños estaban desesperados al ver que no podían ducharse para aligerar el calor, que por cierto, causaba intensos dolores de cabeza a los habitantes de la "Hammada" (que así es como llaman los saharauis a la tierra desértica e inhóspita de Tinduf).
En aquel entonces, los más pequeños de Ain Beida tuvieron que disminuir el tiempo "de los juegos" ya que eran conscientes de que si practicaban cualquier juego que requiriera correr, una acción universal y de lo más común en los niños, no podrían beber para saciar su sed. Por lo tanto, los críos del Barrio 3 de Ain Beida se vieron obligados a "eliminar" juegos como el pilla pilla, campo quemado o el fútbol. En vez de reunirse todos los niños del barrio, saltar por las dunas que había tras las cabras y andar descalzos sobre la arena, cada niño se resignaba a quedarse en la jaima de su familia intentando matar el tiempo contando historias con sus hermanos o primos.

Afaf veía cómo los vecinos del barrio venían a su jaima con cuencos vacíos para preguntar a sus abuelos por agua. Como ya he mencionado anteriormente, eran tiempos en la que ésta escaseaba y gran parte de la población de Dajla estaba en crisis: los saharauis no tenían agua para ducharse, ni para alimentar a las cabras y ni siquiera para beber o cocinar. Lo único que contribuyó para que numerosas personas no murieran deshidratadas fue el compañerismo que había entre estos refugiados. Y es que, señores, Afaf me aseguró que en los 8 años que vivió en dichos campos de refugiados valores como la solidaridad, hospitalidad, compañerismo, hermandad y en definitiva, ayudar al prójimo estaban muy vivos; eran actos cotidianos. De echo, cuando los vecinos del Barrio 3 vinieron a la tienda de campaña de la niña, a sus abuelos sólo les quedaban 5 escasos litros de agua. Aún así, como supondréis, no tuvieron ningún problema en llenar los recipientes vacíos de sus paisanos.

"Afaf, hija, si te echas la siesta vendrá el Conejo y sin que apenas te des cuenta abrirá tu boquita, te la llenará de agua fría y dejarás de tener sed. Y eso mismo hará conmigo, con tu abuelo, con tus tíos y con todos los demás saharauis. Pero para que nos ayude tienes que dormir...". Son palabras de la abuela de la niña. Antaño la pequeña cerraba los ojos y murmuraba entre sollozos "Conejo por favor, no tardes mucho en venir. Sé que nos vas a ayudar. Tengo que cerrar los ojos, tengo que dormir...". Como comprenderéis, era una táctica que la buena mujer utilizaba para despistar a la niña, para hacerla "olvidar" su desagradable malestar.

Aquel día en el que ningún miembro de la familia de la pequeña pudo conciliar el sueño, el abuelo de ésta decidió recorrer el gran campamento en  busca de agua. Afaf no sabe cuánto tardó, lo único de lo que se acuerda es que el tiempo en el que estuvo ausente le pareció una eternidad, que el litro de agua que trajo le pareció la cosa más hermosa del mundo y que el trago que le dio a la botella le supo a gloria.
La joven todavía recuerda que para beber, su abuelo la antepuso primero a ella y a sus tíos pequeños, seguidos de los tíos más mayores, de su abuela y finalmente, bebió él.

Sé que el objetivo de este blog es únicamente difundir la lucha del pueblo saharaui pero ya que Afaf colabora con sus recuerdos para que este espacio siga adelante, espero que me permitáis hacer una pequeña excepción para deciros una gran verdad, una verdad que a la joven le hará bastante ilusión que sepáis: lo cierto es que el abuelo de Afaf fue un hombre honesto, noble, generoso y jamás existirán palabras ni suficientes poetas que puedan definir o reflejar su grandeza.

Después de este paréntesis, sólo añadir que por suerte, esa misma tarde llegó el camión de la cisterna, al que los saharauis llaman "La Cuba" que se encargó de llenar los depósitos de agua de todos los refugiados de Dajla. La llegada de "La Cuba" fue celebrada con aplausos, "ululús" de mujeres y hasta una fiesta con cantos y bailes.

"Fue una de las peores noches de mi vida, de verdad que no se la deseo a nadie. Jamás vi la muerte tan cerca de mí". Así es es como comienza la siguiente historia, queridos lectores, pero quizá sea mejor que este segundo relato os lo cuente en otro momento.