domingo, 31 de marzo de 2013

Palabras de una ex-refugiada,deseos de una exiliada. TERCERA PARTE


Lo primero que a Afaf le sorprendió de Euskal Herria fue el paisaje. Ella estaba acostumbrada a la imagen del desierto, un lugar inhóspito, sin vegetación  pero a la vez mágico y cálido. Y más tarde, se habituó a la meseta castellana, en Burgos,  una zona llana,  muy fría en invierno y calurosa en verano. No se imaginaba en absoluto vivir en un sitio repleto de montes y de vegetación.
El primer día que la niña pisó los territorios vascos pensó que jamás había visto una zona tan verde. Mirara a donde mirara, Afaf sólo veía árboles;  le parecían infinitos, igual que la arena en el desierto.

Años después, cuando la joven viajaba a los campamentos de refugiados saharauis, y su familia y amigos le decían que les describiera Euskal Herria, ella utilizaba un solo adjetivo  “ verde”, recuerdo que les contestaba con una sonrisa.
Para los saharauis, el verde es un símbolo positivo,  el color de la esperanza, la esperanza que les alimenta día a día para seguir luchando por su libertad. Por eso mismo a Afaf le gustaba tanto el paisaje vasco, porque le transmitía esperanza. “El verde es el color de la vida”me solía decir. Igual os parece todo esto demasiado cursi,queridos lectores,  pero yo sólo narro lo que ella me cuenta y plasmo sus palabras en papel. De todas formas, no me sorprende el hecho de  que Afaf  diga palabras tan “ñoñas” cuando se refiere a Euskal Herria ya que en numerosas ocasiones me ha dicho lo siguiente: “los vascos han demostrado mucho a mi pueblo, siempre han sido muy solidarios con nostros. Y todo aquel que apoye al pueblo saharaui se gana mi respeto y mi cariño”.

Aún recuerdo como si fuera ayer la época en la que los saharauis montaron un campamento, a las afueras de la ciudad del Aaiún ocupado, para reivindicar sus derechos. En el mes en el que duró la protesta unos 20.000 saharauis asentaron sus jaimas (tiendas de campaña) para formar el campamento de Gdeim Izik o como otros lo llaman, el campamento de la dignidad. A medida que transcurrían los días, Afaf se iba poniendo más nerviosa porque sabía que Marruecos no iba a tardar en reaccionar y que su respuesta ante la manifestación pacífica saharaui no iba a ser nada positiva. Y efectivamente, en la madrugada del día 8 de noviembre de 2010 militares marroquís intervinieron en el campamento de Gdeim Izik con gas lacrimógeno, cañones de agua  hirviendo y porras. No hace falta decir que el ejército marroquí arrasó con todo aquel que podía, sin importarle los niños, ancianos o mujeres embarazadas. Muchos fueron encarcelados, otros desaparecidos, torturados, violados o asesinados. Y los que pudieron, se escaparon para refugiarse en el desierto. 
Cuando sucedió toda esta tragedia a Afaf le resultaba imposible coinciliar el sueño, no hacía otra cosa que llorar  por la suerte que habían sufrido sus hermanos saharauis y pensar en el futuro: “¿qué pasará ahora con nosotros? ¿Iniciaremos  una nueva guerra  con Marruecos? ¿Y si en la guerra se muere mi padre, mis tíos, mis primos…?¿Cómo estará mi familia de los territorios ocupados? ¿Qué les habrá pasado a los miles de saharauis que participaron en el campamento de Gdeim Izik?”. Estas y otras muchas preguntas eran las que a la joven no le dejaban dormir.
La verdad es que la etapa del desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik fue un periodo muy duro para Afaf y para todos lo saharauis en general. La chica no podía reprimir las lágrimas en casa, en la calle e incluso en clase. Temía por la vida de su familia y de sus paisanos en los territorios ocupados del Sáhara Occidental.
En aquellos días oscuros hubo una luz que hizo que esta adolescente no se derrumbara por completo y queridos lectores, esa luz fue la solidaridad, el cariño y el apoyo que Afaf recibió por parte de sus compañeros, profesores y amigos . Tal fue el apoyo, que los profesores le dieron la oportunidad de dar una charla en el instituto sobre el conflicto del Sáhara y la eligieron para llevar el Lekuko en el kilómetro que compró el Instituto en la Korrika del 2011. Fue todo un honor para Afaf poder correr con el Lekuko, en una mano, y la Ikurrina y la bandera del Sáhara ,en la otra, en una carrera tan especial como lo es la Korrika.  Pero aquí no acaba la solidaridad vasca. En los días posteriores al desmantelamiento del campamento de la dignidad o de Gdeim Izik,  se realizaron varios eventos para denunciar el genocidio por parte de Marruecos a la población civil saharaui y en dichas manifestaciones y concentraciones también participaron amigos y compañeros de clase de esta saharaui. No sabéis lo agradecida que se sintió. No se puede expresar en palabras, hay que vivirlo para poder entenderlo. Y, sinceramente,  creo que Afaf jamás olvidará el apoyo recibido durante esos días, esos días en los que los miles de vascos que colaboraron en las protestas pro-saharauis  le enseñaron el verdadero significado de la palabra solidaridad o elkartasuna (en euskera). Le demostraron que no estaba sola, que su pueblo no había caído en el olvido, que aún existían personas que les apoyaban y defendían su lucha.
Pero Afaf no sólo sintió la solidaridad vasca en el instituto, sino que también en la Universidad. Hace un año escaso, Afaf dio otra charla sobre el conflicto de su país y a dicho acontecimiento asistieron sus compañeros  de carrera y gente que ni siquiera conocía. El cariño y el apoyo que le demostraron acudiendo a su charla fue tan grande que tampoco lo puedo expresar en palabras. Siento no poder reflejar como es debido las emociones de esta ex-refugiada pero hay ciertos sentimientos que son tan grandes que creo que ni el mejor escritor o poeta sería capaz de exteriorizarlos.
Y por último, hace unos meses, uno de los amigos de carrera de la chica la acompañó a la concentración del segundo aniversario del desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik  y en protesta contra los juicios militares en el Sáhara Occidental. Era la primera vez que alguien de la Universidad iba con Afaf a algún evento pro-saharaui y ese detalle también tocó una de las fibras más sensibles de la joven.
 Desde aquí, doy gracias a todas las personas que han asistido o asistirán a manifestaciones a favor del pueblo saharaui; también agradezco de todo corazón a todos aquellos que aportan su granito de arena a la causa ya sea informándose, difundiendo el tema o acogiendo a algún niño en verano. A todos vosotros, miles de millones de gracias. Espero que algún día os topéis con este blog y que os déis por aludidos. Mi publicación de hoy va en vuestro honor, en honor a todos aquellos vascos solidarios a los que les tengo tanto cariño.

Quizá algunos de los lectores penséis que hay más sitios  aparte de Euskal Herria que también apoyan la lucha del pueblo saharaui, pero señores,  la casualidad, el azar o el destino ha puesto a los vascos en el camino de Afaf, o tal vez a Afaf en el camino de los vascos. El cariño que tanto siente es hacia ellos.

Finalmente, sólo añadir que he decidido publicar esta entrada en estas fechas porque hoy es un día muy especial para todos los vascos, hoy es el Aberri Eguna. Así que desde aquí les felicito a todos ellos y les doy las gracias de nuevo por su cariño, por su apoyo y su solidaridad. Nadie sabe qué es lo que nos depara el futuro a cada uno,  pero yo os prometo que si alguna vez  me tengo que ir de aquí,  estoy segura de que no tardaría en volver; volvería a Euskal Herria, al País Vasco, al País de la esperanza. ¿FIN?

domingo, 17 de marzo de 2013

Palabras de una ex-refugiada,deseos de una exiliada. SEGUNDA PARTE




A los 8 años, gracias al proyecto solidario “Vacaciones en Paz”, Afaf viajó junto con miles de niños saharauis a Europa, donde pasaría el verano con una familia occidental. La niña estaba entusiasmada con conocer ese continente porque había oído a los niños mayores que ella (que ya habían disfrutado del verano fuera de lo campamentos de refugiados) hablar sobre los aviones, la piscina, los muchos caramelos que comían, los helados y otras muchas palabras que para ella aún eran desconocidas.

Aún recuerdo el día en el que la niña tuvo que marcharse, me acuerdo de que sus tías la ducharon bien, le pusieron su mejor vestido y le hicieron un moño elegante; todo con el objetivo de que la chica impresionara a su nueva familia adoptiva, para darles buena imagen. Y vaya que lo hizo, todavía recuerdo las palabras de los occidentales cuando la vieron bajar del avión “qué guapa es esta chiquilla”, “parece una princesita”, “qué mona es”. Sus tías lo hicieron bien, buen trabajo. Pero eso no viene a cuento, a ella lo que todavía la emociona es recordar las lágrimas que derramó su abuela en el aeropuerto de Tinduf, cuando los argelinos cerraron las verjas del aeropuerto y los niños se quedaron aislados de sus familias esperando subir al avión. Afaf metió la mano entre los barrotes y agarró la de su abuela; la niña ya no se quería ir, empezó a asustarse y comenzó a llorar también. Su abuela, que es una mujer valiente y luchadora (sinceramente, jamás he visto a nadie igual, es una persona admirable), la empezó a tranquilizar y a besar la mano. Qué duro es despedirse de los seres queridos, ¿verdad? Pues es más duro todavía cuando uno es un niño, un crío.

Después de bajarse del avión, a Afaf todo le pareció increíble: los asientos, los cinturones de seguridad (que no sabía ni que existían), las luces de las calles, las aceras, los pisos, los ascensores, las escaleras (que por cierto, no sabía bajarlas y le parecía muy divertido aprender a hacerlo), la comida,el baño, el váter,las duchas,  la televisión en color y con mando a distancia, la piscina y sobretodo, ¡el mar! “¿así de grande será el mar de mi Sáhara?”- se preguntaba la niña. “Ojalá mi abuela estuviera aquí”- pensaba. Y una de las cosas que más le sorprendió a la niña eran los grifos ¡qué divertido era tener todo el agua que ella deseara! Sólo tenía que abrir y cerrar. Nada tenía que ver con su vida de refugiada. En los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, Afaf tenía que ir con su familia a una zona determinada a llenar los baldes de agua, para que pudieran beber, cocinar y asearse. Era un trabajo muy duro y cansino; por eso, su abuelo construyó un pozo cerca de la jaima (tienda de campaña), para ahorrarse a él y a su familia la tarea de desplazarse tan lejos en busca de agua. Además, en la casa de los occidentales había lavadoras y Afaf ya no tenía que lavar su ropa a mano ¡cuánta comodidad de repente! No se lo podía creer. Es más, la sed o el calor ya no le preocupaban: cada vez que tenía sed se llenaba un vaso de agua fría (lo podía hacer las veces que ella quería porque el agua nunca se acababa “¡qué maravilla!”-pensaba) y como iba todos los días a la playa o a la piscina nunca tenía calor. De todas formas, para ella las temperaturas en Alicante no eran altas, ella estaba acostumbrada a los 55ºC bajo la sombra, 30ºC no eran nada comparados con el clima en los campamentos de refugiados. Podría contar infinidad de experiencias y sensaciones pero no quiero aburrir a los lectores, que creo bastante tienen ya con haber llegado hasta aquí. Sólo añadir antes de acabar con este párrafo, que agradezco a todas aquellas familias que acogen o que han acogido a niños saharauis en verano, les cambian la vida de una forma impresionante. Y yo desde aquí, agradezco de todo corazón la acogida y el cariño que recibí de mi familia de Alicante. Gracias, en nombre de todos los niños saharauis.

Cuando acabó el verano, Afaf fue una excepción y en vez de volver a los campamentos de refugiados como los demás niños, se quedó a vivir con sus padres biológicos en un pueblo de Burgos. Ahí fue cuando verdaderamente la vida de esta ex-refugiada  empezó a cambiar. Tuvo que adaptarse a un estilo de vida totalmente diferente al suyo: colegio nuevo, amigos nuevos, idioma y letras nuevos, profesores nuevos…Nada era igual. Afaf recuerda que una de las cosas que más le desconcertaba era que sus compañeros de clase le preguntaran de donde era y ella responderles: “del Sáhara Occidental” y a continuación cuando le decían que les contara cómo era su país, ella les respondía:” no lo sé, nunca he estado” y los niños añadir: “¿entonces dónde has estado?” Y ella a continuación: “en campos de refugiados, en Argelia”. Los niños: “¿Pero tú no decías que eras del Sáhara?” Y la niña: “Sí, pero Marruecos ocupó mi país”. Los niños: “¿Por qué?” “ No lo sé” –respondía Afaf con los hombros encogidos.
Realmente la niña no comprendía porqué su país estaba ocupado, porqué no conocía a la mitad de su familia, porqué había nacido en un campo de refugiados y no en el Sáhara, que era lo normal y lógico. Afaf no entendía porqué no era igual que sus amigos occidentales, ninguno de ellos había nacido refugiado, ni separado de su familia ¡y todos desconocían el estilo de vida que ella había tenido! A la niña todo le parecía muy complicado, no entendía porqué había tantas diferencias entre ella y sus nuevos amigos.

Pasaron tres años y Afaf tomó un nuevo rumbo, iba a cambiar de casa, de amigos y de lugar. Tenía miedo y estaba algo nerviosa, porque no sabía como iba a ser su acogida en este nuevo sitio, pero se consolaba pensando que ya lo había hecho otras veces, que sus antepasados habían sido nómadas y que el nuevo sitio no podía ser tan horrible. Lo que Afaf no sabía es que en su nuevo hogar, Euskal Herria,se iba a sentir tan identificada, comprendida y apoyada que se convertiría en su segundo Sáhara, tanto, que incluso cuando viajaba a los campamentos de refugiados lo echaba de menos, añoraba esa tierra y a su gente. Pero esa es otra historia ¿no creéis?. CONTINUARÁ.