A menudo recuerdo mi
infancia y me asombro del giro que ha dado mi vida. ¿ Quién me diría a mi hace
12 años, aún siendo una niñita inocente, que acabaría viviendo en otro país? Un
país totalmente diferente, situado en otro continente diferente, con un idioma
y letras diferentes, rodeada de gente y costumbres tan diferentes a las mías…
Hace más de una década para Afaf era normal vivir en un
campo de refugiados. Ella, como otros miles niños saharauis, había nacido
refugiada, sin agua, sin luz y sin las necesidades básicas par aun ser humano;
pero como era lo único que conocía no le parecía nada extraño.
Su vida no tenía nada que ver con la de sus futuros amigos occidentales y seguramente
ellos nunca se habrían imaginado que algún día conocerían a una saharaui, que
les contaría que Marruecos había invadido su país y que debido a eso ella había
nacido en una tienda de campaña (en medio de uno de los peores desiertos del
mundo) y que como no tenía juguetes, ella y los demás niños saharauis buscaban
huesos de cabras muertas para hacer muñecas. Los amigos occidentales de Afaf
tampoco sabían que de pequeña hacía coches con latas de atún, que les llegaban
de la ayuda humanitaria, y televisiones con cajas de cartón.
Afaf había escuchado incontables historias acerca de su
Sáhara pero no entendía porqué Marruecos era “malo” y no dejaba a su pueblo ser
libre. Deseaba con todas sus fuerzas poder abrazar a la familia que nunca
conoció y de la que, sin embargo, había oído hablar tanto. Soñaba, y sueña, con
poder derrumbar el peligroso muro que atraviesa su país, con exterminarr las
millones de minas que lo rodean y con hacer desaparecer a los miles de
soldadods que lo vigilan.
De pequeña le decían que en el Sáhara había mar y que cuando
fueran libres iba a poder meterse al
agua cada vez que hiciera calor. Afaf no sabía lo que era el mar pero se
imaginaba un terreno igual de grande que su tienda de campaña o su habitación
de adobe pero lleno de agua. Para ella eso era más que increíble, no se
imaginaba tanta agua junta.
Sus mayores también le contaban que en el Sáhara había ríos,
palmeras, muchos peces nadando en el mar (lo más parecido a un pez que la niña
había visto eran sardinas enlatadas procedentes de las caravanas solidarias) y
pozos llenos de agua.
Durante los 8 años que Afaf estuvo en aquellos campos de
refugiados fue construyendo un mundo de fantasía en el que todos los saharauis
no volverían a pasar sed durante la dura época del verano en el desierto
argelino, ya que ella confíaba plenamente en que añgún día serían libres y que
podrían disfrutar de todas las maravillas que existían en su tierra.